Nuestra Señora del Refugio
escultura de Carlos Terrés
Por Isabel Herrera.
La escultura en terroca, de tamaño natural, modelada por el Escultor Carlos Terrés, comisionada por un coleccionista privado de obras de arte, con el tema de: “Nuestra Señora del Refugio”, es una de las advocaciones más veneradas de la Santísima Virgen Maria, como Abogada, Auxiliadora y Mediadora ante Cristo Nuestro Señor, cuya fiesta se celebra el 4 de julio, pues fue un 4 de julio de 1719 cuando fue coronada con ese nombre. El Papa Clemente XI, Sumo Pontífice en los primeros 21 años del siglo XVIII (de 1700 a 1721), fue quien le concedió la coronación pontificia bajo ese título: «Nuestra Señora del Refugio de Pecadores».
La Imagen de «Nuestra Señora del Refugio de pecadores», tal como la conocemos y veneramos, fue una copia que el Beato Antonio Baldinucci, misionero Jesuita, mandó hacer del original de “Nuestra Señora de la Encina”, la cual se venera en Poggio Prato, Italia. El Beato Antonio Baldinucci, en su celo por la conversión de los pecadores, quiso llevar consigo a «Nuestra Señora del Refugio», y así la llamaba a través de sus correrías misioneras. Hoy, esa primera copia de “Nuestra Señora Refugio de Pecadores”, se conserva y venera en la ciudad de Frascati, al Sureste de Roma.
En 1750, los misioneros Jesuitas, a ejemplo del Beato Antonio Baldinucci, trajeron a México copia de esa imagen y la dieron a conocer en las misiones que predicaban y en los propios templos a su cuidado.
La bella escultura del Maestro Carlos Terrés, complementa la imagen y estampa donde aparece tradicionalmente solo el busto de la virgen, presentandola de cuerpo entero, modelada en una tierna y grácil figura, con el niño Jesús en sus brazos, coronada y con la luna a sus pies, representa a Nuestra Señora, en la advocación «del Refugio», pero con un sabor mexicano que recuerda a la «Virgen de Guadalupe», mediadora ante Jesucristo Nuestro Señor, se constituye en seguro refugio de nuestro peregrinar en este mundo, con todos sus peligros, angustias y luchas. Y, además, muy especialmente, como refugio para alcanzar la gracia de la conversión de los pecadores, muchos de ellos empedernidos, que buscaron su arrepentimiento y refugio en Nuestra Señora durante el proceso de su conversión.
Su Santidad Juan Pablo II, con su fervor mariano, afirma: «… Ella (en esta especial advocación), despierta en nosotros la esperanza de la enmienda y de la perseverancia en el bien, … Ella nos permite superar las múltiples estructuras de pecado en las que está envuelta nuestra vida personal, familiar y social….».